Una conversación que me marcó para siempre

¿Alguna vez habéis vivido un choque entre dos realidades muy distintas? Es una experiencia abrumadora a la vez que preciosa si consigues sacar un aprendizaje de ella y, sin duda, Uganda es y ha sido ese choque de realidades para nosotros, los voluntarios de Babies Uganda, que hemos tenido la oportunidad de viajar allí.

¿Sabéis cuando haces pompas de jabón y con un pequeño soplo de aire se rompen con gran facilidad? Desde mi punto de vista, Uganda es ese pequeño soplo de aire que explota la burbuja en la que vives, dando acceso a una realidad totalmente diferente que sabemos que está ahí, pero que hasta entonces no eres capaz de sentir.

Personalmente, antes de adentrarme en la maravillosa aventura que supone ir con Babies Uganda a este país, conocía la situación de pobreza y desigualdad que se vive en este y muchos otros países, pero no era una consciencia plena, no formaba parte de mi ni determinaba ciertos actos o pensamientos.

Como es lógico, todos tenemos nuestra vida, todos tenemos normalizada nuestra situación aquí en España, unos con más o menos posibilidades y comodidades, pero hay unos básicos que, gracias a millones de factores favorables, ni si quiera nos planteamos la posibilidad de vivir sin ellos (generalmente). Esto es algo maravilloso y positivo y de forma inconsciente estoy segura de que lo valoramos, aunque sea de vez en cuando. Aun así, os invito a hacer una sencilla reflexión y es que, si tenéis un minuto, penséis si de forma consciente os gustaría valorarlo más. Yo lo reflexioné al llegar de Uganda y me faltaron segundos para responder afirmativamente, pero creo que cualquier persona que esté en contacto con Babies Uganda, independientemente de haber viajado hasta allí o no, puede cambiar ese hábito, ya que, gracias a su presencia tan significativa allí, tenemos la oportunidad de ver, de forma muy cercana, todo lo que ocurre a tantos kilómetros de nosotros.

Aunque pueda parecer que solo tengamos que valorar lo bueno que tenemos aquí por todo lo que no tienen allí (no hace falta ni detallarlo), considero que es igual de importante valorar lo maravilloso que tienen, aunque no sea material: la cercanía, la forma de agradecer, la bondad, las enormes sonrisas en la cara (más sinceras imposible) pese a las situaciones tan desorbitadas que viven y afrontan, desde mi punto de vista, con una forma de priorizar diferente a la nuestra y con mucha más tranquilidad (porque os prometo que nunca antes tantas personas me habían dado ese nivel de paz)… y así infinitud de cosas más a las que es difícil ponerle palabras.

Hubo una conversación concreta que tuvimos unos cuantos voluntarios con Tony, el coordinador allí en Uganda, en la que nos dijo varias cosas que me marcaron y me permitieron entender un poco más la mentalidad que tienen allí. La primera fue que ellos no pretenden vivir como nosotros, así, simple y llanamente. Cuando le pregunté el por qué, me dijo que no era porque viesen negativo como vivimos nosotros, sino que simplemente son diferentes, le dan importancia a otras cosas y únicamente quieren vivir con mayor tranquilidad y recursos, pero sin llegar a lo innecesario. Lo cierto es que me quedé sin palabras, porque es el pensamiento más simple pero coherente del mundo: no quieren lujos, no quieren poder hacerse regalos caros ni grandes viajes como podamos querer nosotros; quieren vivir y vivir con dignidad por sí mismos.

Lo segundo fue a raíz de una pregunta que le hice en relación con los 25 peques que ahora mismo están en Kikaya House. Quería saber qué pasaría con ellos cuando se hiciesen mayores y cumpliesen la mayoría de edad, ya que aquí en España, el protocolo de los orfanatos o centros de acogida y reforma es la salida de estos a los 18 años. La respuesta de Tony, como todas las que nos daba cada vez que le preguntábamos algo que a nosotros nos parecía un mundo, también abarcaba muchas cosas a través de una simple frase: “esta es su casa”. Nos dijo que si ellos se querían marchar podrían hacerlo, pero que estaban trabajando para que siempre entrasen todos los niños que fuesen necesarios, aunque creciesen. Nos explicó que podrían trabajar en Kikaya o en cualquier sitio, pero que siempre que quisiesen esa sería su casa y tendrían una familia, porque Kikaya House no es un orfanato normal y corriente, es un hogar con una familia preciosa en la que, además, todos los niños llevan el apellido de Tony.

Hay tantas cosas que aprender de allí… que por eso os invito de corazón a manteneros cerquita de todo lo que allí ocurre, de la forma en la que podáis y queráis, pero al día de todos esos proyectos que vemos crecer o mantenerse, y no sólo para contagiarnos de la felicidad que supone verlo y, a mí personalmente, seguir viendo las caritas preciosas y felices de nuestros niños, sino también para mantenernos conscientes, fuera de la burbuja y mejorando individualmente cada día gracias a labores como ésta.

Carolina Cano

Todo suma, todo vale, todo cuenta...