Esta vez nos ponemos más serios y venimos para arrojar luz a una realidad que no solo está condicionada por la pobreza, sino también por el aislamiento.
Puede que a muchos de nosotros nos cueste ubicar a Uganda en el mapa. Ninguno probablemente podrá señalar dónde está Zinga. Pero, ¿qué es Zinga?
Zinga es una pequeña isla ugandesa ubicada en el inmenso lago Victoria que no solo no arrastra la pobreza del país, sino que su situación de aislamiento condiciona aún más su desarrollo.
Aunque las distancias en Uganda son muy relativas dado el estado de las vías de comunicación y la práctica inexistencia de transporte público, para que podamos hacernos una idea, la distancia que separa a Zinga de Entebbe, una de las principales ciudades del país, es de tan solo “28 km”, distancia que puede parecer irrisoria si no fuera porque es prácticamente insalvable para los habitantes de la isla y a su vez es una barrera para la llegada de ayuda. Esa distancia que cualquiera recorremos aquí para ir a trabajar, allí es necesario recorrerla en transporte público, un transporte público que supone montarse en una lancha que cubre dicho trayecto en no menos de 3 horas. Con dos frecuencias al día, la lancha motora es la única vía de llegar a Zinga.
Este aislamiento ha sido un condicionante vital para el desarrollo del territorio, donde el proyecto local de Diana Lwasa recibe desde 2013 apoyo extranjero por medio de Worldproyect, la ONG con la que Babies Uganda lleva colaborando desde hace varios años de manera puntual.
Allí, Worldproyect ha llevado a cabo la construcción de una clínica y un colegio, una iniciativa que al igual que sucede con los proyectos de Babies Uganda, precisan de mantenimiento en el tiempo para que la inversión no sea en saco roto.
Con colaboraciones esporádicas como el apoyo a la construcción de la primera planta del colegio donde se ubicaban los dormitorios de los niños o financiación para un horno de pan que se convierte en un medio de vida para muchos allí, Babies Uganda ha ido poco a poco implicándose en este territorio donde a día de hoy ya ha sellado su vínculo con una colaboración mensual de 500 euros que posibilita que todos los niños del colegio puedan ser alimentados.
Desde el apoyo a la gestión, que en primera persona lleva allí Diana Lwasa, se intenta una vez más aportar ese granito de arena que tanto puede llegar a suponer para miles de personas.
Arancha Pérez