Ahora ya sé por qué tenía que ir

Acabo de volver de allí y no sé bien cómo contarlo. Estoy acostumbrado a analizar situaciones más o menos complejas, dar forma a estrategias y hablar en público, pero hay experiencias para las que es difícil encontrar las palabras. 

Estuvimos en la zona de Entebbe un grupo de maravillosos mzungus (que significa blancos en luganda, la lengua local) para conocer de primera mano los proyectos de Babies Uganda, llevar los casi 600 kilos de ayuda que mucha gente nos había hecho llegar y sobre todo para pasar tiempo con los niños de los orfanatos. Yo no sabía bien por qué, pero sabía que tenía que ir allí. Estoy bastante viajado y África ya me había “llamado” hace años pero cuando conocí este proyecto sentí que era muy especial porque las personas que lo hacen posible son muy (pero muy) especiales. Así que tenía que conocer lo que allí se estaba haciendo, fluir y descubrir cuál podía ser mi papel en todo aquello. Me uní al viaje y nos pusimos en marcha.

Babies Uganda soporta en aquel país distintos proyectos relacionados con niños en situaciones de exclusión, fundamentalmente huérfanos. Proyectos liderados por gente local que a mí me parecieron unos fuera de serie. En un país muy pobre donde se sobrevive con salarios de menos de 1€ por día trabajado, con una esperanza de vida de 51 años y donde cada mujer tiene más de seis hijos de media, los niños son como siempre los más expuestos a la pobreza y los abusos. Muchos de ellos desgraciadamente pierden a uno o ambos padres y acaban en la calle. Sin apenas asistencia pública, las familias o vecinos se ocupan muchas veces de ellos pero otras sólo este tipo de orfanatos quedan para darles una nueva oportunidad…

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Y sin embargo lo que más llama la atención de las casas que visitamos fue la alegría que se respira. Allí los niños no sólo tienen un techo y comida (poco más, eso sí). Esos niños reciben cariño y educación, y eso se nota. Son niños que tienen una nueva familia y un nuevo futuro. Así que no pierden su irresistible sonrisa.

Llegas a la casa y se te echan encima cinco enanos muertos de la risa por verte tan diferente y tan blanquito. Te  cogen de la mano, te llaman muzungu a gritos, te quitan las gafas, te tocan el pelo, te llevan a ver al perro, las gallinas, te enseñan su litera, las letrinas, a las señoras que les lavan la ropa, te piden que juegues con ellos al fútbol, te pegan sus mocos y te das cuenta de que estás perdido, de que todo lo que conocías antes es superficial y que unos pequeñajos que no tienen nada más que lo puesto te están dando una lección de vida que nunca vas a olvidar.

Aunque es una realidad compleja, cuando pasas unos días allí compartiendo vivencias con la gente local se abren tus frentes de reflexión. Acabas emocionándote muchas veces y riendo muchas otras. Haces tu viaje interior. Te liberas. Y comparas tu mundo con este otro. Piensas en lo que van a heredar nuestros hijos, en que nuestra sociedad a la vez que se ha ido desarrollando económicamente ha ido perdiendo valores que antes nos eran propios y que en África aún permanecen: la familia, la comunidad, la solidaridad de los que comparten lo poco que tienen, el saber valorar ese poco. En Europa cimentamos cada vez más nuestras vidas en lo material, creamos paraísos artificiales extraordinariamente protegidos para nosotros, para nuestros hijos, para nuestras mascotas, pero no somos más felices, os lo aseguro. Piensas en lo muy agradecidos que deberíamos estar por lo que tenemos y sin embargo lo cansada, escéptica y crítica que se ha vuelto nuestra sociedad.

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Piensas que esos niños podrían ser los tuyos. Y entonces te reafirmas en lo importante que es la infancia y lo vital de darle el trato que se merece, de garantizar un sustento básico, un entorno de cariño y una educación en la etapa que marcará el resto de una vida. Porque lo que se siembra a esa edad se recoge. Esos niños van a liderar el mundo que viene y para hacerlo mejor tienen derecho a una infancia digna.

Y sobre todo, tú vuelves a sentirte un niño, que es algo que debería ocurrirnos más a menudo. Y (re)descubres que es posible mejorar las cosas, que hay gente valiente que ya lo está haciendo y tienes que decidir si quieres ser uno de ellos, porque todos tenemos buenas intenciones pero el mundo es sólo de los valientes y se trata de hacerlo de verdad.

Para acabar. Mucha gente a mi vuelta me ha preguntado cómo puede empezar a ayudar. Si uno quiere colaborar en Uganda es increíble lo que se puede hacer por ellos con poco dinero. Podéis consultar información en los perfiles de Babies Uganda y si os convence entonces lo más importante para la ONG es hacerse padrino, porque es lo que les asegura una capacidad económica regular para mantener sus proyectos. La cantidad que uno pueda entregar la dan por bienvenida, porque como dice el lema de la ONG, todo vale y todo cuenta. Además desde hace un año los primeros 150€ aportados a este tipo de asociaciones desgravan un 75% en el Impuesto de la Renta y a partir de esa cantidad anual se desgrava otro 30%. Os puedo asegurar que todo el dinero que se aporta llega directamente a los niños, aquí no hay ningún gasto intermedio. Yo estoy convencido de que merece la pena.

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 Pepe Vilches.-

Todo suma, todo vale, todo cuenta...